sábado, 18 de septiembre de 2010

Ayer me pasó una cosa realmente curiosa, entré en la mercería de mi pueblo para comprar unas medias. Una señora de unos ochenta años le explicaba su vida al dependiente, que vamos a llamar señor Tomás, después de haberse gastado un euro y medio en hilo negro. Mientras tanto, como ni la conversación de la señora ni la paciencia del señor Tomás parecían tener fin me dediqué a observar con detenimiento las estanterías abarrotadas que había detrás del mostrador. En esa tienda conjuntos de ropa interior atrevida conviven con batas de guata de colores imposibles, minitangas brasileños comparten sitio con maxibragas color carne, aquí hay de todo para todas…. Batas escolares, orinales, pequeños zapatitos, hilos de todos los colores, lazos, diademas, alfileres, agujas, imperdibles que corren el peligro de dejar de serlo entre aquel mar de cachivaches… Y de pronto allí estaba: un rollo de cinta roja y amarilla, un rollo de cinta de la que corta el señor Montilla en actos oficiales, un rollo interminable de “senyera”. Pero….¿qué le pasa? ¿qué son esos flecos en el extremo de la cinta? Lo que ocurría es que la cinta había sido recortada siguiendo un siniestro plan, como supe después. flecos de color amarillo colgaban al final de la cinta.

No podía dejar de pensar qué habría pasado.

Escuché despedidas y vi cómo la señora del hilo negro y la conversación interminable salía por la puerta, era mi turno. No pude evitarlo, sospechaba que tras la cinta se escondía una buena historia y pregunté : “¿Puede darme metro y medio de cinta de bandera catalana?” ¡Bien jugado! Al ponerme la cinta delante no tuvo más remedio que explicarme el por qué de la escabechina.

Julio de 2010, Sudáfrica: España gana la final del Mundial de Fútbol, haciendo historia. Muy lejos de aquel país el señor Tomás se sorprende ante la gran demanda de cintas de la bandera española, y durante toda una noche sopesa si debería hacer un pedido de cinta rojigualda: si pide todo un rollo le quedará entero sin vender cuando la pasión roja mengüe y además, su proveedor, un catalanista de los pies a la cabeza no tendrá el género en cuestión ni entenderá la demanda del tendero que también cojea del pie independentista izquierdo…

Pero la pela es la pela, y él es muy capaz de ver dónde está el negocio.

Y el negocio y la solución la encuentra en la “senyera”, por qué no? La bandera catalana tiene los mismos colores que la española, eso es evidente…. Así que cuando por la mañana entra el primer chaval a pedirle una bandera española que engancharse a la camiseta, nuestro protagonista tira de senyera y con sumo cuidado recorta, rojo-amarillo-rojo, y pasándose por el arco de triunfo el artículo 4 de la constitución española que habla de la bandera diciendo que ésta está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas, el avispado empresario se saca de la manga una bandera española; el niño se va contento (porque no se ha leído la constitución) y el señor Tomás ha cerrado una venta (y las que están por venir) sin tener que hacer un incómodo pedido españolista a su proveedor. Todos ganan. Menos la pobre senyera que después de parir varias banderas españolas queda exhausta y convertida en un amasijo de flecos sobrantes amarillos.

Y ésta es la historia de cómo de la senyera nacieron varias banderas españolas. No me atrevo a analizar la metáfora, pero sí a constatar que la historia es muy catalana, a pesar del atentado contra el catalanismo que se pueda desprender del acto de nuestro protagonista, la buena vista para el negocio de los pequeños comerciantes es tan o más catalanista que la propia bandera.

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