miércoles, 1 de diciembre de 2010

Le aburría soberanamente la vida en los bosques de su país del norte, la lluvia eterna y dedicarse día y noche a hacer el bien, a danzar descalza con sus hermanas anjanas y a tejer constantemente guirnaldas de flores... Quiso ver el mundo y se enganchó a una ráfaga de viento que la llevó lejos, hacia el este, a un paisaje de pinos, de costas escarpadas y un mar furioso a ratos, pero amable casi siempre.

Conoció a un ser humano de ojos de un azul para perderse...Y la anjana se perdió, se perdió en sus ojos, pero también en su risa siempre a punto, en sus manos llenas de buenas intenciones, en su cuerpo caliente en mañanas frías, se perdió con él por rutas imaginarias de carreteras polvorientas, en coches clásicos que nunca tuvieron, navegaron por mares lejanos y llegaron a islas donde sólo ellos existían y él le fabricaba zapatos con cocos para que no le quedaran los pies fríos en las noches infinitas, habitaron cabañas junto al mar donde pasaban las horas enredados el uno en el otro.

Pero la gravedad con su feroz afán por poner las cosas en su sitio, llevó a la tierra su mundo de algodón tejido en una nube. Su amor hecho de roca se volvió de cristal y comprendieron que no resisistiría a los golpes de la rutina y las obligaciones diarias.

La anjana voló empujada por un suspiro de él, y volvió a su país del norte, donde sus hermanas la recibieron como si nunca se hubiera marchado.

1 comentario:

vanesa dijo...

qué bonita historia Laura...

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